FILOSOFIA PARA NIÑOS

El programa de filosofía para niños, frente a aquellos modelos que conciben la educación como una iniciación a la cultura y creen que la persona educada es un individuo “instruido”, pretende una educación que anime y permita a los niños y niñas pensar por sí mismos desde sus propios elementos significativos. El niño no debe ser asimilado por la cultura, sino que debe ser él quien asimile la cultura de una manera autónoma, crítica y creativa.
Las escuelas han de dedicarse principalmente a ayudar a los niños a encontrar significados apropiados para sus vidas. Para ello, puesto que los significados no pueden darse o transmitirse, sino que tienen que adquirirse, tenemos que aprender a saber cómo disponer las condiciones adecuadas que faciliten a los niños el hacerse con las claves convenientes y dar ellos mismos significados a las cosas. No conseguirán dicho significado aprendiendo simplemente los contenidos del conocimiento de los adultos. Debemos enseñarles a pensar. Pensar es la cualidad por excelencia que nos capacita para lograr significado.
Hay ciertas presuposiciones implícitas en el programa de “filosofía para niños” acerca de la naturaleza de la mente y de los mecanismos de aprendizaje. En lugar de concebir la mente como un recipiente pasivo y vacío que debe ser llenado con información y contenidos para poder ser “educado”, se presupone que los niños aprenden al estar involucrados de manera activa en una exploración, que sólo es posible a través de la interacción con el medio en que viven y resolviendo problemas que son importantes para ellos.
“La filosofía es una disciplina que toma en consideración formas alternativas de actuar, crear y hablar. Para descubrir estas alternativas, los filósofos evalúan y examinan constantemente sus propias presunciones, cuestionan lo que otras personas normalmente dan por sentado y especulan imaginativamente sobre marcos de referencia cada vez más amplios”
El niño puede pensar y es capaz de hacer “filosofía”, quizá más y con más apremio que en cualquier otra edad, porque su relación con el mundo y su urgente necesidad de situarse en él le hacen cuestionárselo todo. Lógicamente, hace filosofía a su nivel, con su lenguaje, y busca respuestas válidas para él en ese momento.
Se considera al niño y al joven como personas capaces de una reflexión con sentido y estructura lógica suficiente como para poder enfrentarse al conocimiento de su entorno, integrando sus respuestas en un constructo vivencial que podrá ser incrementado con posteriores reflexiones, igualmente comprensivas de la realidad. Se pretende desarrollar habilidades cognoscitivas con el fin de posibilitar un pensamiento propio, autónomo, crítico y creativo, capaz de enfrentarse a los problemas que el contexto vivencial y social plantea cotidianamente.
Para Lipman, la educación ha de ser un proceso activo y contextualizado, que ha partir de los intereses e inquietudes de los propios niños y niñas. Pero, además, y en la base de todo supuesto, debe existir la convicción de que pueden elaborar un pensamiento capaz de guiar sus acciones, o lo que es lo mismo, que pueden pensar por sí mismos y actuar en consecuencia.
“La presunción de que el niño es incapaz de una conducta razonable, guiada por principios, anula la posibilidad de tratarlo como un ser moral y, por tanto, destruye la posibilidad de que este tratamiento sea moral y educativo”.

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