Haití ¿Qué podemos hacer?

Después de contarles a mis hijos la tragedia de Haití y preguntarles ¿Qué podemos hacer nosotros? la respuesta ha sido: Rezar y dar dinero. Estoy de acuerdo con ellos.
Siempre que compartimos, preferimos hacerlo con O.N.G. vinculadas con la Iglesia Católica, ya que hay para elegir….al fin y al cabo ellos siempre han estado con los más necesitados, en los lugares a los que nadíe quería ir y al lado de los “intocables” de este mundo. Ahora es politicamente correcto ser de una O.N.G. es algo que está de moda, queda bien y todo el mundo presume de lo solidario que es, pero no hace tanto tiempo, por ejemplo que los enfermos terminales de SIDA en Madrid sólo tenían una puerta a la que llamar, cuándo ya les habían cerrado todas las demás: “Las Hermanas de la Caridad” que siguiendo el ejemplo de su fundadora no saben decir NO.

Cuenta abierta por Manos Unidas para ayudar a las víctimas del terremoto en Haití.

Y también quiero divulgar esta carta de un famoso pediatra español, experto en lactancia materna. En ocasiones por desconocimiento podemos hacer mucho daño. En tragedias de este calibre, no se debe mandar leches de fórmula para los bebés. En esta carta de Carlos González vemos las razones para ello:
“Las donaciones de leche para el biberón en casos de catástrofe (guerra, terremoto, inundación…) son sumamente peligrosas. En realidad no son donaciones, sino muestras gratuitas: es el medio por el que las empresas lácteas compiten para hacerse con nuevos mercados. Si estás atenta a las noticias, muchas veces habrás oído cómo ha salido un avión cargado de leche… raramente oirás de un avión cargado de macarrones o lentejas. Porque las empresas que venden macarrones o lentejas, fuera de que alguna en concreto tenga un director especialmente generoso o solidario, no tienen un interés comercial en hacer una donación. Mientras el país en cuestión esté en ruinas, no pagarán por la comida; cuando superen la catástrofe, se comerán sus propias lentejas cultivadas en su país, o sus propios macarrones fabricados por empresas locales. En cambio, si en un país del tercer mundo consigues cargarte la lactancia, consigues que millones de madres abandonen la lactancia y millones de médicos y enfermeras aprendan las ventajas del biberón, que sin duda es buenísimo porque la asociación X nos lo regalaba para ayudarnos, luego tendrás un mercado cautivo que valdrá millones, porque esa leche no se fabrica en el país y la tendrán que importar, y acostumbrados a la marca Z probablemente seguirán comprando la marca Z. Hace años pidieron que los donativos fueran con una etiqueta blanca, “leche para bebés”, sin marca, y los fabricantes, claro, no quisieron. Además, muchas veces la empresa fabricante se ahorra el transporte: se limita a entregarle las muestras gratuitas a una ONG (por suerte las ONG serias ya no las aceptan, pero a veces encuentras a un primo), o a un gobierno, y estos pagan los portes. Y el mercado de la lactancia, no nos engañemos, está en el tercer mundo. En España sólo nacen menos de 500.000 niños al año; en Indonesia más de 5 millones, en la India más de 25 millones… Son muchos más clientes, aunque algunos se mueran por el camino, aunque sólo se compren una lata de leche por semana y la diluyan para que dure…

Hace unos años, acababa de terminar la guerra de Sarajevo, conocí a un pediatra bosnio en un congreso. Había pasado hambre, estaba delgadísimo, y en las comidas recogía hasta la más minúscula miga de pan que cayera en el mantel y se la comía. Nos explicó como al principio de la guerra la mortalidad infantil aumentó espectacularmente, porque fueron inundados con muestras gratuitas. Claro, no todos los profesionales tienen buena formación sobre lactancia, igual que pasa aquí. Muchos empezaron a recomendar “ayuditas”, pensaban que las madres, “estresadas” por la guerra, no tendrían leche, o que al quitarle a una madre mal alimentada la pesada “carga” de tener que dar el pecho le hacías un favor. Sin agua potable ni gas para hervirla (lo mismo que ocurre ahora en Gaza), cuando las explosiones destruyen las alcantarillas y la mierda inunda las plantas bajas… la mortalidad fue enorme. Tuvieron que ser los pediatras más concienciados los que fueran a quejarse a UNICEF, que convocó una reunión de todas las ONG sobre el terreno, acordaron no distribuir más donaciones, realizaron cursos para el personal… en pocos meses, mientras la guerra continuaba, habían conseguido tasas de lactancia materna más altas y una mortalidad infantil más baja que antes de la guerra.

Por supuesto algunos niños necesitan leche artificial en las guerras; pero para esos pocos ya se consigue leche sin necesidad de espectaculares cargamentos de muestras. Y esos niños, en esas condiciones, tienen un riesgo de muerte tan alto que ya no vale aquello de “la madre es libre para decidir, y si ha elegido la lactancia artificial…”.En esas condiciones hay que hacer todo lo posible para que la madre relacte, aunque lleve meses sin dar el pecho, o para encontrar una nodriza. Y tristemente eso no es muy difícil, porque los bebés son más frágiles que los adultos: en cualquier catástrofe hay más madres sin bebé que bebés sin madre.”

Saludos

Carlos González




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