El otro día fui a la biblioteca y había un grupo numeroso de niños con un profesor majísimo, que les iba enseñando dónde localizar los diferentes tipos de libros. Al rato fui a la zona infantil y allí estaban de nuevo los niños alborotando con sus risas, mientras jugaban buscando pistas o algo así. Después de una semana en la que me encontraba bastante desanimada, el ver esa imagen me resultó muy agradable y pensé sinceramente que el colegio tenía cosas muy buenas y esa especie de “pinchadita” que conocemos todos los que hacemos homeschooling que te recuerda inquisitivamente de vez en cuando: ¿y no estaré privando a los chicos de algo realmente valioso?
Estaba absorta en mis pensamientos, cuando de repente se hizo el silencio, el grupo desapareció y ante mi la imagen de los únicos habitantes de la biblioteca, a parte de la bibliotecaria y una servidora: la de un padre con dos niñas pequeñas. Una encima de las rodillas, la otra al lado acurrucada, escuchando atentas mientras él les leía un cuento muy bajito. Apenas me llegaban susurros.
Y de repente esa imagen tan familiar, tan entrañable, tan conocida, hizo que viese la otra cara de la moneda. Salí de la biblioteca y como todavía me quedaban unos minutos para recoger a mi hijo de la actividad en la que estaba, fui a dar un paseo por un bosquecillo que hay al lado y reflexioné sobre algo que ya he pensado montones de veces.
El silencio es una necesidad vital, es necesario tener ratos de silencio, de paz, de no ruido, de tiempo en contacto con la naturaleza, sin estímulos artificiales, sin música de fondo, sin radio, sin televisión, sin videojuegos, sin nadie que te esté organizando la vida. Y esa necesidad auténtica se les niega a los niños, ahora más que nunca.
Si reparamos en la jornada de cualquier niño, nos daremos cuenta de que pasa muchas horas en el colegio oyendo hablar a diferentes profesores y todos tienen que contar lo suyo que es muy importante bla, bla, bla. Están rodeados de iguales y los niños son alborotadores, habladores, juguetones. En el recreo más de lo mismo. En la hora de la comida más y más y más. Siempre ruido. Cuando van y vienen en el coche con los padres, muchas veces música de fondo, o noticias o al padre o la madre bla, bla, bla…
Si van a actividades pues lo mismo. Si se trata de una fiesta de cumpleaños (lo de las piscinas de bolas y demás es como para enloquecer ¿o no?) Si van al parque está lleno de niños (porque van todos en pelotón a la salida del cole y se recogen pronto para el baño, la cena y madrugar al día siguiente)
Luego llegan las vacaciones y con ellas los campamentos urbanos o los campamentos para aprender inglés, hípica o tiro al arco.
Luego llegan las vacaciones y con ellas los campamentos urbanos o los campamentos para aprender inglés, hípica o tiro al arco.
Son agendas de pequeños ejecutivos, llenas de actividades perfectamente programadas , sin libertad para gestionar sus propios tiempos, crear sus juegos, soñar sus sueños, sin tiempo para respirar, para ser, para sentir, para dejarse llevar y pensar, o no hacer nada. Por eso cuando se acaban los estímulos, llega el: Me aburroooooooooooooooooooooooooooooooooooo
Y todo el mundo piensa obsesivamente de qué manera motivar a los niños. Cuando la motivación auténtica nace de dentro.
Desde luego no me imagino a los grandes genios de la humanidad rodeados de ruido desde la infancia. El silencio es imprescindible para tener una vida equilibrada, para poder desarrollar la creatividad, para tener salud, y es algo que les estamos negando a nuestros niños, siendo como es una necesidad auténtica como son la alimentación o la educación.
Pienso que el que los niños y jóvenes estén rodeados de iguales durante la mayor parte de su crianza, no es nada beneficioso. Que eran y son mucho más adecuadas y enriquecedoras aquellas escuelas unitarias que había antes en los pueblos (y que todavía debe quedar alguna por ahí)
Sucede lo mismo que con los abuelos. Mi suegro tiene Alzheimer y cuando decidió la familia meterle en una residencia todos decían que era lo mejor para él. Iba a estar mejor cuidado, atendido por profesionales, haciendo actividades adecuadas para su problemática etc…Y no digo que no sea verdad, y que no le traten de maravilla en la residencia, pero la realidad es que su enfermedad ha avanzado muchísimo. Y es que no debe ser nada enriquecedor estar rodeado de personas que están como tú o peor. En cambio si permaneciera con su familia, sus nietos, etc…estoy convencida de que estaría bastante mejor. Las residencias son lo mejor para las personas que tienen que atender a estos enfermos, pues es muy duro el día a día, pero no son lo mejor para las personas mayores.
Que en los colegios y las actividades extra escolares los niños estén con niños de su edad es más práctico y sencillo para los profesores, pero no es lo ideal. Niños de diferentes edades conviviendo juntos, encuentran un equilibrio natural. El adolescente no tiene tanto “pavo” si pasa su día con adultos y niños pequeños y de vez en cuando con chicos de su edad. El niño pequeñito si está un montón de horas con niños ruidosos como él se sobreexcita, pero en el ambiente familiar está más relajado. El adulto se contagia de las risas y abandona el sofá para tirarse al suelo y jugar con el bebé. Y de esta manera todos se benefician de las diferencias. Ken Robinson censura que los niños sean clasificados por “fecha de fabricación” y aboga por dejar de perpetuar una estandarización propia de la era industrial.
He empezado hablando del silencio y he terminado con otro tema, pero al fin y al cabo todo está relacionado.
He empezado hablando del silencio y he terminado con otro tema, pero al fin y al cabo todo está relacionado.
“Cuando se les olvida un poco y se les permite ser, desde muy pequeños, la fuente interior comienza a brotar, primero son gotitas, luego son chorros de creatividad. Se acostumbran a crear sus propios recursos. Aprenden a ocupar y llenar su tiempo sin necesidad de ser entretenidos por los demás”
CARMEN FLETA ¿Por qué? Hablemos de educación.
Pues estoy super de acuerdo contigo. A mi también siempre me ha gustado el silencio. La tranquilidad contagia tranquilidad y el alboroto contagia alboroto. Lo noto muchísimo en las clases de holandés que doy con niños pequeños. A veces me doy cuenta de que están todos alborotados y si intento chillar aún más es imposible parar la escalada de los decibelios. Lo mejor para tranquilizarlos es de repente hablar muy bajito y casi susurrando y poco a poco se callan e incluso ellos mismos empiezan a susurrar.
El ruido solo genera más ruido.
A mis hijos también les encanta el silencio y esto que también les encanta la música (Electrónica!!) a tope. Pero estos días en que todos hemos estado más pendientes de las noticias, de la radio y de hablar y hablar me he dado cuenta cuántos momentos silenciosos que tenemos en nuestro día a día y como se agradecen. Había algo importante y podíamos aprovechar los huecos para estar más pendiente. Pero en el fondo lo que más nos gusta es la tranquilidad del silencio. Si uno siempre está a tope, entonces con una urgencia casi se llega a la histeria…..
Me ha encantado, Paloma.
Es verdad, todos necesitamos silencio aunque sea a ratos…y paz, porque puede haber paz incluso entre el ruido. El colegio genera a menudo estrés, incluso en el silencio de un dictado o de un examen, uno no está tranquilo.