“Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará” Mateo 6, 16-19
Estamos en plena Cuaresma y en esta época la Iglesia nos invita a practicar el ayuno, pero es una realidad que para la mayoría de los occidentales esto del ayuno es algo que nos suena a obsoleto, que no se entiende muy bien y que se suele relacionar con los consagrados, especialmente monjas y monjes de clausura o a los antiguos ermitaños y eremitas..Pero que no va con nosotros, los activos hombres y mujeres del siglo XXI que estamos inmersos en el mundo, con nuestros trabajos, estudios y ocupaciones varias.
El ayuno es tan antiguo como el hombre mismo, en todas las civilizaciones, culturas, religiones se ha practicado. De manera natural por ejemplo, todos ayunamos cuando estamos enfermos (no tenemos hambre). Hasta los animales ayunan periódicamente. Se puede ayunar por muchas razones: ahora está muy de moda hacer ayunos por salud, para perder peso, para desintoxicarse, depurarse etc……Y eso parece que se entiende mejor…pero ¡Ayunar por motivos religiosos, al menos en occidente, es algo que no se comprende muy bien! La mayoría nos preguntamos: ¿para qué? ¿A quien puede beneficiar que nos privemos de comer? ¿No perjudicará nuestra salud?
“¿Quién de nosotros, siempre rodeados de alimentos, concibe aún el profundo sentido del ayuno solitario, de esa voluntaria renuncia a los alimentos?” Dice el Dr. H. Lützner en su libro “Rejuvenecer por el ayuno” y continúa “Deberíamos empezar, libres de prejuicios, a redescubrir el valor del ayuno. Para ello nada mejor que una vivencia propia, una vivencia que cualquier persona puede tener consigo misma y a través de sí misma”.
Copio una anécdota que a mi me resultó muy graciosa sobre el ayuno, que Pablo Domínguez (sacerdote) cuenta en su libro póstumo “Hasta la cumbre” de cuando fue a dar unas clases a un seminario de Japón. En Japón hay muy pocos cristianos, aproximadamente un cinco por ciento de la población total, de los cuales, un uno por ciento son católicos. La cuestión, es que Pablo estuvo allí justo la semana que comprendía el miércoles de ceniza y el primer viernes de Cuaresma:
“Y pensaba yo cómo se viviría el ayuno en Japón. Y llegó el momento de la comida. Nos sentamos todos y pusieron un trocito de pan: un trocito de pan, una cosita así, minúscula, dos dedos. ¡No era una miga, sino la comida que íbamos a comer!
¡En fin…., empezamos a comer! Mientras leían el Kempis en japonés y yo lo seguía porque tenía una versión en inglés. Con un mendruguito de pan y con el Kempis, la duración de la comida era de media hora. Yo iba cogiendo, miga a miga, mientras leía el Kempis en inglés.
La crisis que tienes justo al salir de ahí es increíble, porque ese día, además, no sabes muy bien por qué, te da un hambre espantosa. Estás que te comes las paredes y sientes que, por lo menos, después de la comida, llegará la cena. ¿Qué nos dan de cena? Ni el mendrugo de pan: el Kempis sin nada.”
Y continúa Pablo…
“Realmente, se dice uno mismo, qué poca cosa somos, que ayunas un poco y empiezas a sentir que no eres nadie. Pues eso es lo bueno del ayuno, que uno se da cuenta de que no vale nada, de lo poquito cosa que somos, que nos quitan un poco de comer y tendemos a estar inquietos. Somos así.”
Continuará…